Gino Rubert
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Usted, lector, que acaba de abalanzarse sobre la mesa de novedades de su librería favorita para levantar y descubrir el último libro de su editorial predilecta, ya sabe que éste se titula Apio y se subtitula Notas caninas. Lo que no sabe aún es que el autor y el editor de esta novela barajaron como frenéticos crupieres otros muchos subtítulos, entre ellos: Una novelita canina, Una novelita de perros, Carta de amor canino, Piel de pollo, Un cuento de perro, Un perro de cuento, Un perro de cuento de miedo, Un perro de miedo, El perro y la madre, Un perro indeseable, El perro aborrecido, Las cosas reales, El perro ciego, La vida del artista, La nube romántica, Tres palomos, hormigas, moscas y un perro, La sonrisa triste, ¿Hay vida sin perros?
Sí, lo han adivinado: Apio es una novela a la que no le falta humor. Pero tampoco le sobra, no se crean, ni se confíen. Salvo que quieran llevarse una dentellada. Porque Apio es una novela un tanto perra, de la que conviene recelar, escrita con un lenguaje canino, es decir, preciso y afilado, pero en la que tan pronto asoma la sonrisa como ésta se convierte en mordedura. Ah, sí, disculpen, me olvidaba de contarles cuál es su trama: Apio es la historia de Apio Onix Dorantes, perro mestizo y ciego, y de su dueño, José Alfredo Dorantes, pintor de marinas que adora los tonos pastel y expone su arte en las galerías de Puerto Banus, Marbella. ¿Ya está? También puedo contarles, con la intención de acaparar su interés, que en la novela hay varias muertes violentas y una profesora de Kamasutra. Y que durante su lectura yo me acordé del escritor Mario Levrero y del cineasta Michael Haneke.