Keller, Hellen
Envío gratis a partir de 60€
Envío gratis a partir de 60€
«Aunque Helen Keller es más conocida por La historia de mi vida, su siguiente libro, El mundo en el que vivo, es más cálido, más íntimo y aún más bello; es la obra en donde encontramos su más extraordinaria fuerza, imaginación y originalidad como escritora.»
Oliver Sacks
«Veo, pero no con mis ojos. Escucho, pero no con mis oídos. Hablo y me hablan, sin el sonido de una voz. Y me emociono hasta disfrutar de unas visiones de inefable belleza que nunca he podido ver en el mundo físico. [Mis visiones] refuerzan mi convencimiento de que el mundo que crea la mente a partir de incontables sugerencias y experiencias sutiles es más bello que el mundo de los sentidos. El esplendor del crepúsculo que pueden mirar mis amigos al otro lado de las montañas rojizas seguramente es estupendo. Pero la puesta de sol de la visión interior trae consigo un deleite más puro porque es la más fervorosa mezcla de belleza que podamos conocer y desear.»
Helen Keller
Helen Keller nació en Tuscumbia, una pequeña ciudad rural de Alabama, en 1880. A los diecinueve meses, una fiebre desconocida la dejó sorda, muda y ciega. Desde entonces sus dedos se convirtieron en sus «nuevos ojos»; las vibraciones del suelo, en las distancias del espacio. Podía oler, saborear y tocar el mundo, pero eso era todo. Este absoluto aislamiento la distanció de su desarrollo humano hasta quedar reducida al estado larvario de un animalito salvaje suspendido en una interminable noche de silencio. Helen permaneció así hasta que sus padres encontraron una educadora especial, Anne Sullivan, que a las pocas semanas logró vencer su terca ferocidad y comenzó a hacer progresos. Un día dejó caer sobre la mano de Helen un chorro de agua y luego deletreó varias veces en su palma la palabra water. La niña entendió enseguida el significado de esos signos, y esa palabra despertó a su espíritu de las tinieblas. A partir de ese momento, su educación experimentó un avance sorprendente. En diez semanas aprendió el alfabeto y podía comunicarse con su educadora. Gracias al poder del lenguaje, el mundo empezaba a cobrar un significado nuevo, cada vez más complejo. Tras mucho entrenamiento, Helen pudo «escuchar» por la vibración de sus labios las palabras que pronunciaba y acabó dando conferencias. También escribió varios libros. William James y Mark Twain le profesaron su admiración. Murió en 1968, a los ochenta y siete años, feliz, habiéndose ganado el reconocimiento mundial.